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ISSN 1989-4163

NUMERO 140 - FEBRERO 2023

 

Las Gaviotas de Mallorca

Joaquín Lloréns

Hoy he visto amanecer. Contemplando los tejados de Palma, con sus líneas y colores definiéndose por momentos, he contemplado las primeras gaviotas regresando a Mallorca, primero como goteos paralelos al cielo; pequeñas manchas sobre el degradado del negro al azul, como si fueran los primeros síntomas del glaucoma. Después algunos grupos en formación de uve con lados de distintas longitudes, como si se tratara del visé que algún profesor marcaba en mis exámenes de bachiller.

Hace años que me llaman la atención estas oportunistas del aire. Ya en mi primera novela, Citas criminales, desvelado ya el nombre del criminal, dejaba constancia de dos hechos que me habían llamado la atención sobre ellas. Primero, la forma de labio invertido superior que semejan cuando vuelan alto. No es una circunstancia exclusiva de las gaviotas. De hecho, las rapaces más grandes, como las águilas y, sobre todo, los buitres, adoptan esa imagen de labios de un modo aún más perfecto. La segunda observación se refería a que, en las últimas horas de la tarde, casi al anochecer, miles y miles de gaviotas que surgen de todas partes de la isla se dirigen hacia el mar. Todas parecen llevar la misma dirección y repiten ese viaje día tras día. Al preguntar a unos y otros, un conocido me aseguró que van a dormir a la isla Conejera. En cuanto al motivo, sólo puedo conjeturar dos: el poder dormir con la tranquilidad de no ser molestados por el hombre (Conejera es reserva natural y apenas vive gente allí) y el de dormir mejor (debido a lo anterior, la contaminación acústica y lumínica es notablemente inferior a la de Mallorca). Así decía en Citas criminales: “Los grupos de gaviotas reidoras se sucedían unos a otros pasando por encima de la casa y dibujando con su silueta múltiples labios superiores invertidos. Las más perezosas hacían una parada para beber agua en el nuevo dique en construcción. Las demás seguían la ruta que cada ocaso  las lleva a un lugar desconocido para mí, en dirección noroeste. Su regreso con una botella de Môet y una cubitera me pilló pensando en que algún día alquilaría un yate para buscar el lugar adonde vuelan al ocaso todas las gaviotas de Mallorca. Un marinero amigo me había contado que su destino era la isla Conejera, pero ansiaba comprobarlo. Su estampa al ocaso, casi romántica, contrastaba enormemente con la del amanecer, en que se rebelaba su cara de ratas aéreas cuando, igualmente de forma masiva, acuden a alimentarse al vertedero de Son Reus”.

No me gustan las gaviotas. Probablemente, y como mucha otra gente, estaré mediatizado por Hitchcock y su película Los pájaros, donde compartían cruel protagonismo con los cuervos. Pero es que también me inquieta su proliferación y oportunismo frente a los núcleos humanos. Baste como muestra lo que cuento al respecto en mi novela Política criminal, que se basa en un hecho real del que fui testigo: “Me distraje un momento observando cómo las gaviotas se habían percatado de la actividad pescadora de los cormoranes y se habían ido congregando en la zona para ver si podían robar alguno de los peces que estos pescaban. En los últimos tiempos, la proliferación de gaviotas era tal en la isla que se habían comenzado a convertir en depredadoras. El verano anterior pude observar, incrédula, cómo una gaviota perseguía sobre el mar a una paloma que se trató de proteger escondiéndose en una pequeña cueva sobre el mar, pero la gaviota la siguió hasta dentro. A los pocos minutos pude ver asombrada como sacaba al exterior el cadáver de la paloma sujeto en el pico. Después se la comió sobre las rocas, en un gesto de arrogancia frente a sus congéneres menos agresivas. La situación prometía agravarse. Parecía estar confirmado que las autoridades iban a cerrar el vertedero de Son Reus, donde miles de ellas se alimentaban cada día y se había advertido que, faltas de alimento, muchas se marcharían a otras islas del mediterráneo. Pero los biólogos de la Universidad no descartaban que, hambrientas, algunas comenzaran a atacar al hombre, como en la película de Hitchcock, aunque por motivos de pura supervivencia”.

En otra ocasión, en cala Figuera observé como una gaviota vigilaba desde una roca pescar a un cormorán. Cuando este ultimo salía con un pescado en la boca, la gaviota volaba hasta él intentándole robar el pescado del pico. En la mitad de las ocasiones lo conseguía.

Hoy he visto amanecer sobre Mallorca y he pensado en las gaviotas.

 

 


 

 

 

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